San Isidro, adalid y protector

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San Isidro y Santa María de la Cabeza
San Isidro y su esposa. Marko Rupnik (2006) Sala Capitular de la Catedral de la Almudena (Madrid)

¿Qué nos puede dar alguien que vivió pobremente hace casi mil años? ¿Y si resulta que ese «alguien» nos transfiere su legado como un tesoro? ¿Y si ese «alguien» es san Isidro, y lo reconocemos como nuestro maestro, adalid y protector?

Fijémonos en el santo labrador con ocasión del cuarto centenario de su canonización. Su vida nos llega «envuelta en piadosas leyendas» pero, si limpiamos la costra que recubre su figura por el paso del tiempo, descubriremos al santo dentro de la imagen del santo. Contemplemos su legado en diez facetas, siguiendo al venerable P. Tomás Morales.

Laico santo. Toda su vida fue un «bautizado de a pie, se ofrece casi noventa años por la santidad del trabajo y de la familia». ¡Hoy se necesita una constelación de bautizados de a pie, como san Isidro, para mostrar a todos que podemos y debemos ser santos en pleno mundo!

Sencillo. Llevó «una vida humilde y sencilla que pone la santidad al alcance de todos». No hizo prácticamente nada extraordinario, salvo algunos milagros que se le atribuyen. San Isidro nos descubre el incalculable valor de una vida sencilla, oculta, a lo Nazaret. ¡La nuestra!

Trabajador. «Un santo con paño burdo y capa parda». Se santificó labrando la tierra. ¡Cuánto nos enseña sobre el valor humanizador, apostólico y redentor de nuestro trabajo!

Esposo y padre. «Santifica la vida del hogar». Su mujer y su hijo también son santos: santa María de la Cabeza y san Illán. Esta pequeña familia madrileña, que se nutría del amor de Jesucristo y lo irradiaba, es modelo de nuestras relaciones familiares.

Contemplativo. «En su zamarra de labriego podría bordarse una cruz y un arado. Con letras de oro, ora et labora». Su oración comenzaba al amanecer en los templos, pero continuaba al descubrir la presencia de Dios en los campos y en su interior mientras trabajaba. San Isidro es provocación para nuestra vida de oración, llamada a ser constante, sin desfallecer.

Hombre eucarístico. «Nunca fue a labrar el campo, sin que primero hubiese oído el sacrosanto sacrificio de la misa». Así lo retrata la bula de su canonización. El santo nos invita a que también nuestras vidas se nutran frecuentemente de la eucaristía.

Varón de virtudes sólidas. «Encarna las virtudes propias del castellano viejo. Laboriosidad, honradez, discreción». Nos recuerda que el santo se construye sobre el hombre, y nos estimula a cultivar los valores y a luchar contra nuestros defectos.

Evangelizador mediante la caridad. San Isidro acogía a cuantos llamaban a su puerta y compartía con ellos su mesa. Que también nosotros dejemos irradiar hacia los demás el amor de Cristo.

Enamorado de la Virgen. «Siempre se encomendaba a la Bienaventurada Virgen María», según la bula de canonización. A la Madre encomendaba sus trabajos y su familia. En esto también es nuestro modelo.

«Adalid y protector de Madrid…», y de nuestros campos y ciudades. El P. Morales se siente agradecido a este santo madrileño, que inició un camino de santidad «en este querido y viejo Madrid». Pero hoy la fama de santidad de san Isidro y otros santos madrileños ha traspasado las fronteras, y los invocamos en el mundo entero.

¿Cómo no nombrar a san Isidro nuestro adalid y protector: como padre y esposo, trabajador, contemplativo, eucarístico, mariano, evangelizador en la vida sencilla? San Isidro, alcánzanos ser hoy un Movimiento de nuevos santos, como tú, en pleno mundo.

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