Un hombre puede dar algo mejor, si eso es posible, que su vida. Puede dar su espíritu vivo a una causa que no sea fácil. —Woodrow Wilson—
En la película El jinete pálido, de Clint Eastwood, una poderosa compañía minera liderada por Coy LaHood comienza una campaña de terror para echar a los mineros independientes de sus tierras: entonces aparece en sus vidas un misterioso hombre conocido como «El Predicador», quien cabalga hasta el campamento convirtiéndose en su vengador.
Cuando le explican a LaHood que ha llegado un predicador, monta en cólera y dice:
—¿Un predicador? ¿Habéis dejado entrar a un predicador?
—¿Y qué diablo tiene de malo un predicador? —Le pregunta su hijo.
—Cuando dejé Sacramento esos cacerolas ya se habían dado por vencidos, su espíritu estaba casi deshecho y un hombre sin espíritu está acabado, pero un predicador puede devolverles la fe. ¡M…! Con una onza de fe estarán picando con más rabia que las pulgas de un perro.
En esto de quedar a un pueblo sin espíritu siempre hay dos agentes que podríamos definir como los «buenos» y los «malos», dos agentes que se complementan: los malos suelen ser hiperagresivos y los buenos hipertibios, encogidos y miedosos.
Los malos atacan con todos los medios posible todos los valores que sustentan la civilización cristiana, ponen medios y personas en la lucha sectaria y sin cuartel para desarmar a los buenos que, «prudentemente» rehúyen defender sus principios porque, bueno, no es para tanto.
En la educación, por ejemplo, los «progres» tratan de imponer una educación chata, mediocre, sin esfuerzo, igualitaria, donde está prohibido destacar para no herir a los que no pueden o no quieren crecer; tratan no de elevar el nivel de los alumnos hasta la excelencia, sino en rebajar el nivel de la excelencia hasta la mediocridad.
Mientras, «los buenos» callan, sufren y no actúan, todo lo contrario de lo que aconseja el protagonista de la película cuando quieren superar un gran problema.
Cuando en la película tienen que romper una gran piedra a mazazos, los mineros desconfían que pueda lograrse, entonces Eastwood (El Predicador) les dice:
—Hay pocos problemas que no puedan resolverse con un poco de sudor y trabajo duro.
«Sudor y trabajo duro», pero cuando una persona —o un pueblo— no tiene espíritu, no tiene ideales, es incapaz de retirar hasta una piedra —por muy simple que sea— de su camino, porque, como dijo el déspota LaHood en la película: «Un hombre sin espíritu está acabado».