Por Emilio Fernández Urías
La familia. ¡Qué gran palabra! La célula-base de nuestra sociedad y qué abandonada está desde hace muchos, muchos años por las autoridades que nos gobiernan. Somos los aguerridos padres que creemos en la Familia los que con la educación exquisita que damos a nuestros hijos estamos sacando adelante esta sociedad tan poco cuidada por nuestros políticos. Queremos darles… (a nuestros hijos me refiero)… lo mejor: les procuramos la mejor alimentación, les llevamos a los mejores colegios y les prevenimos de las amistades peligrosas. Como padres nunca bajamos la guardia… Al menos eso creía yo hasta que he conocido el «Aula Familiar P. Tomás Morales».
Uno no se da cuenta de los buenos amigos que tiene hasta que no sigue alguno de sus pequeños consejos. Y Beatriz y yo hemos estado cuatro años haciendo oídos sordos a un matrimonio que año tras año, sin cejar en su empeño, nos han invitado a la experiencia más gratificante jamás vivida desde que con la ayuda de Dios iniciamos este proyecto familiar el día de la Virgen de la Almudena en 1991.
¿Bajar la guardia por el Aula Familiar? Pues así es. Uno, en estos 20 años, ha probado de todo en las vacaciones de los niños: campamentos más o menos formativos, estancias con primos y demás familia… Pero al final sólo se trata de «colocarles» fuera de casa y siempre lejos de nuestro control, aunque con personas de confianza. Y mira por dónde, el pasado mes de agosto, cuando por obra y gracia del Espíritu Santo, y además de verdad, me cae obligada una semana de vacaciones extra con la que no contaba, me encuentro de repente, pudiendo acompañar a mi mujer y a mis hijos en Santiago de Aravalle. Algo con lo que tampoco contaba.
Reconozco que el primer día enmudecimos ante la vorágine de niños de todas las edades sin parar de moverse de un lado a otro al mando de sus educadores. Pero es que a la vez pertenecíamos a otra vorágine, esta vez de padres, que tampoco se estaba quieta. Dije: “-Pero, ¿dónde nos hemos metido?». Me acordé del programa de televisión «Si lo sé no vengo». Pero allí estábamos Bea y yo cogidos de la mano, asustados, pensando si nos dejaría la organización al menos reposar la comida. Pero tampoco. -«Debería haber tomado el vino con gaseosa en la comida», le dije a Abelardo con mi mente cuando me senté en el aula que preside su retrato para escuchar al nuevo ponente, «…pero en ésta no me pillan mañana». Y sí, al día siguiente estaba otra vez allí, pero habiendo bebido algo más agua en la comida, y con unas ganas locas de escuchar al orador y participar en la tertulia.
Y así un día tras otro. Y, mientras, nuestros hijos seguían moviéndose escaleras arriba y abajo sin apenas tiempo para decirles hola y adiós, pero viendo la felicidad en sus caras, desde la peque hasta los tres adolescentes. Pensamos: «-Estamos cada uno a nuestro rollo pero todos juntos, y si queremos ir a preguntarles cómo están o incluso achucharles no necesitamos el teléfono, les tenemos ahí, a nuestro alcance». Y ésta es la gran riqueza del Aula: los niños, por grupos de edades, disfrutan, y los mayores por nuestro lado también. Pero nos vemos en las Eucaristías, en el rezo del Rosario, en los partidos de fútbol, en los baños, en las marchas, en los fuegos de campamento…
Uno puede bajar la guardia porque sus hijos están en las mejores manos: buenas monitoras, buenos educadores, buenas cocineras y buenísimos, buenísimos amigos con los que pasar 24 horas al día. Y hay tiempo para todo, hasta para el “desánimo cuando uno ve que los días pasan, que el Aula se acaba y que habrá que esperar hasta el año que viene para repetir experiencia.
Gracias a los matrimonios organizadores y a los Cruzados por mantener este proyecto año tras año.
Los que conocemos otras experiencias y vivencias cristianas en años anteriores, y hemos disfrutado de este Aula solo podemos estarle eternamente agradecidos a Dios por abrirnos uno más de sus caminos para llegar a él en familia.