Por familia Álvarez Ordax
Rosa nació en San Pedro de Latarce (Valladolid) el 16 de febrero de 1943. Fue el segundo retoño de una familia numerosa de seis hijos: cuatro niñas y dos niños.
Sus padres, Emiliano y Anunciación, formaban un matrimonio normal de su época, sencillos, trabajadores y con mucha confianza en Dios. Los seis hermanos: Nemesio, Rosa, Emiliana, Benito, Nemesia y Marisol, crecían felices en el pueblo bajo el cuidado atento y amoroso de sus padres.
Rosa, de carácter jovial, fue la alegría de la casa. Su padre trabajaba de sol a sol y su madre cuidaba de los hijos con todo amor; en aquel hogar, nunca terminaba el día sin sus rezos y sus oraciones.
La gran herencia recibida de nuestros padres, fueron los grandes valores que nos enseñaron: dignidad, honradez y el amor a los demás, que es lo más bonito que tiene el ser humano.
Sin duda nuestra casa fue el caldo de cultivo ideal para que germinara la vocación contemplativa de la niña Rosa.
En nuestra familia pensamos que ella nació carmelita y por eso, desde muy joven, tuvo claro que su destino estaba en el Carmelo. Entró en el convento de Carmelitas de Villagarcía de Campos (Valladolid) en 1962 y fue con la comunidad, en 1968, a fundar el convento de San José en Telde, Canarias; murió en el convento de Cabrerizos (Salamanca) el 7 enero 2015. Según nos comentaban las hermanas cuando íbamos a visitarla, la Hna. Anuncia vivía y amaba al Carmelo hasta el extremo.
Con el paso de los años conoció a Abelardo de Armas, cofundador del Instituto Secular Cruzados de Santa María. Dos almas espirituales muy gemelas y, quizás por eso, Rosa se enamoró de esta institución. Su maternidad espiritual se vio plenamente realizada con los cruzados que pasaron a ser sus hijos, sus preocupaciones y sus alegrías.
Tenía una inclinación especial por las necesidades de los demás y nunca se preocupó por ella. En su familia estamos convencidos de que se nos ha ido un ángel a cuidarnos e iluminarnos desde el cielo. Si es verdad que se muere como se vive, Rosa se fue como vivió, sin molestar y en silencio.
Nosotros, su familia, recogemos su testigo.
Queridas Carmelitas y queridos Cruzados de Santa María, sus dos familias espirituales, os lo aseguramos con el corazón: ¡Qué protectora tenemos en el cielo!, desde allí nos envía su luz. Descanse en paz nuestra Anunciación.
Y a vosotros, queridos Cruzados de Santa María, ¿qué deciros? Si siempre hemos estado unidos, hoy más que nunca lo tenemos que estar, porque tenemos que seguir el ejemplo de Anunciación, sus desvelos, su humildad y su amor.
No os descubrimos nada si os decimos que para ella los cruzados eran uno de sus tres grandes amores, junto a su familia y al Carmelo. Los cruzados erais sus hijos, como ella decía. Vuestra preocupación era la suya, por eso no dudaba en ofrecer sus sacrificios por duros que fuesen para que todo llegara a buen puerto.
Hoy desde el cielo nos estará sonriendo y nos mandará esa luz que ella radiaba por todo su ser.
Gracias a toda la Cruzada que hicisteis feliz a nuestra hermana, y por vuestro apoyo en los últimos momentos.
Eternamente agradecida.