De la IA a la realidad

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Ilustración generada con IA que contrasta inteligencia artificial y vida humana cotidiana.
Representación visual del contraste entre la inteligencia artificial y la experiencia humana real.

Por Ángel Santamaría Rospigliosi, ingeniero en Informática (Perú)

Era el año 1995, mi último año de estudios de Ingeniería en Informática, cuando realizamos el curso de inteligencia artificial (IA), con los conceptos de redes neuronales, sistemas expertos usando métodos probabilísticos o del árbol, aquello parecía algo demasiado lejano. Todavía, para llamar usabas los teléfonos de hilos, escuchabas la radio, casete con música en casete o acudías a charlas. Socializabas más conversando, haciendo deporte o caminando al salir de la universidad. Todo en trato directo (o como dicen algunos: face to face —cara a cara—). Treinta años después estamos rodeados de la IA. La seguridad ciudadana con cámaras con tecnología IA. Los móviles, el internet con diversos agentes de IA: ChatGPT, Claude, Grok, Gemini, Copilot, Deep Seek, entre otros muchos lo que nos permite obtener datos diversos en pocos segundos, organizar reuniones, generar imágenes, vídeos, analizar temas diversos. Coches no tripulados, pero llenos de sensores externos para movilizarse. Todo lo bueno que podemos imaginar.

Pero como toda invención tiene su lado malo. Se producen noticias falsas (fake news), alteraciones de la realidad en imágenes usando, modificando escenas con rostros de otros (face fake), vídeos simulando entrevistas clonando la voz original, entre otros aspectos que no merecen mayores detalles.

Y, ¿qué es la inteligencia artificial? Simplemente simular las acciones que podría realizar el cerebro humano, usando algoritmos matemáticos con fórmulas y sistemas de aprendizaje para mejorar su desempeño y reducir el porcentaje de error. Y ¿qué no puede hacer la inteligencia artificial? Resulta que, le pregunté a tres IA qué no pueden hacer, y el resultado fue: poseer conciencia o emociones genuinas, comprender el mundo como los humanos, creatividad original más allá de los datos, tener juicio ético propio, realizar tareas físicas sin hardware específico, razonar completamente fuera de su entrenamiento, reemplazar la experiencia humana en todos los ámbitos, no comprender el contexto profundo; y muchas carencias más.

La IA no tiene consciencia de sí misma, de su naturaleza. Eso es imposible, es un programa. La IA no puede hacer instrospección, orar, trascender, apreciar la belleza, entender la espiritualidad, hacer apostolado. No puede tener mística de exigencia, espíritu combativo, cultivo de la reflexión y formarse en la constancia. No puede comunicarse con otro desde el corazón. Es reactiva, es decir, hace (o intenta hacer) lo que se pide; no tiene iniciativa. Una IA nunca podrá levantarse y ponerse «en camino, de prisa, hacia la montaña…» (Lc 1,39). Nunca podrá olvidarse de sí misma.

Pero, ¿la IA es mala en sí misma? Pues no. Es y será según como la utilicemos. Es una herramienta. Con ella podremos  formular estrategias apostólicas a partir de los datos que le demos. Nos podrá dar ideas para artículos periodísticos. Ser un apoyo en la investigación. Agilizar procesos penosos y laboriosos. Componer músicas e imágenes. Retocar fotos. Reconstruir imágenes de fotos antiguas y colorearlas. Todo ello, sin dejar de lado nuestra labor de críticos sobre los resultados que nos dé.

Le pregunté a la IA Grok sobre los puntos cardinales del P. Tomás Morales y uno de sus resultados fue el erróneo «fundador del Instituto Secular Hermanos del Hogar de la Madre». ChatGPT acertó en la fundación pero erró en los puntos cardinales: «1. Fidelidad al deber. 2. Espíritu de sacrificio. 3. Vida interior. 4. Apostolado». La IA es limitada.

Viendo nuevamente la película Matrix (1999), donde se cuestiona si se vive en una realidad o una simulación de la misma vida, volví a asistir a la conversación entre el personaje principal (Neo) y el buscador del «elegido» (Morfeo), en la que se mencionada un futuro apocalíptico: «En el siglo XXI surgió una Edad de Oro de la humanidad. Creamos una forma de IA para que nos hiciera la vida más fácil. Desconocemos quién lo hizo primero, pero fue la IA la que declaró la guerra a la humanidad». «Habíamos perdido el cielo. Lo habíamos perdido por culpa del humo de las fábricas de nuestras ciudades. Entonces, creamos máquinas inteligentes, alimentadas por energía solar, para que nos sirvieran». Se planteaba que el deseo de controlar a la IA se realizaría oscureciendo el cielo para que las IA no pudieran alimentarse de la fuente de energía solar, a causa de las espesas nubes negras. Pero, frente a esto, las máquinas encontraron una nueva y abundante fuente de energía: los seres humanos mismos, creados en granjas, generando energía de los mismos seres, con millones de seres conectados. Esto es ficción estilo Hollywood, pero, simbólicamente, estamos conectados a la tecnología no con cables físicos sino con los deseos de ver las noticias, experimentar nuevos programas, o reírnos generando una nueva imagen. Issac Asimov, también tuvo una aproximación de ese «futuro» (imaginación) donde las máquinas podrían dominar al hombre, cuando publicó: Yo, Robot (1950).

La IA no podrá hacer lo que hago cada día: ponerme la mochila a la espalda y llenar la maleta con los útiles e ir por la calle con mis hijas llevándolas al colegio o coger el coche e ir a recoger a la mayor a la universidad; esperar a que salga, renegar (eso es tan humano), escuchar música, o, mientras conduzco conversar con mi hermano; llegar a casa y darle un beso a mi esposa y mirarla a los ojos y sonreír o volver a renegar (depende del momento); sacar al perro o que el perro te saque a pasear a ti. No hay programa que sustituya eso; pero, aunque lo hubiera no podría reemplazar el calor humano de las cosas ordinarias, como escuchar las batallas diarias de las niñas, el ingenio de la hija mayor para llevar el control de 15 tarjetas de bingos usando programas, llegar cansados, aburrirme, sentir frío o calor, el llorar…

Hace años, en un anuncio de Nikelodeon se veía a un niño con una consola de videojuego, solo frente a la TV. Y una voz que le decía: «Ahora experimenta la nueva sensación de la realidad». Las paredes de su habitación caían. Entonces se veía a varios muchachos jugando al baloncesto. La voz repetía: «ahora toca la pelota, entrégala a quien te la pide, corre, grita, salta, siente la experiencia de vivir». Eso no nos puede dar la IA.

Un día me planteé: «Si no hubiera tecnología ¿qué haría, si es mi profesión?».

Menos mal que empíricamente (empujado por mi esposa) hacemos bricolaje, en la pandemia aprendí a hacer pan, pollo a la brasa, algo más de cocina. Siempre es bueno desconectar (off) de lo artificial, para entrar en la realidad, y contemplar a Dios en todo, meter la mano al bolsillo y tocar tu rosario pronunciando jaculatorias a la Virgen María, rezando por los que están y por los que partieron a la casa del Padre.

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